La mayoría de personas viven o vivimos en una realidad imaginada o deseada que poco tiene que ver con lo de verdad nos rodea o nos ocurre. Me explico, proyectamos un futuro lleno de buenas noticias, retos que cumplir y expectativas ambiciosas sin tener en cuenta los diferentes obstáculos que nos iremos encontrando en nuestro camino.
Hemos escuchado hablar muchas veces de la actitud mental positiva, de buscar siempre el lado bueno de las cosas y ver el vaso medio lleno. Y aunque es mucho mejor tener esta perspectiva tan buena que dejarnos llevar por el pesimismo deberíamos ser realistas y reconocer que no siempre la vida es fácil.
Hay quienes piensan que su trabajo tiene que ser perfecto sin preocupaciones como retos o dificultades, también los hay que en el terreno personal confían que su pareja siempre les apoyará sin cuestionarse nada, dando por sentado que todo le parecerá bien. Ser feliz con esta venda en los ojos es sinónimo de construir una fantasía de lo que será nuestra vida ‘idónea’. Y estaremos viendo sólo una parte del todo…
Desde mi punto de vista, es importante convivir estando atentos a las dos caras de la moneda: los momentos positivos y los negativos. Por poner un ejemplo, si conseguimos que nos den un nuevo puesto en una compañía de referencia, a priori, podemos creer que todo serán ventajas como tener más responsabilidades, mejor sueldo, nuevas oportunidades, quizás viajar y conocer nuevas ciudades, etc. No obstante, según como lo miremos, también podrá comportar que tendremos que restar tiempo de estar con la familia o de ocio para quedarnos en la oficina impulsando nuevos proyectos, incluso algunos de ellos seguro que no nos gustarán. Y, en el caso de la pareja, si resulta que te contradice o quiere argumentar otro punto de vista que no sea el tuyo, escúchala, esas pequeñas diferencias pueden hacerte ver que no siempre estás en lo cierto y valorar mucho más la persona que tienes a tu lado.
No se trata de un mensaje aguafiestas si no de saber ver la fotografía completa de la vida. La felicidad (o más bien la plenitud) llega en el momento que encuentras y entiendes este equilibrio, donde tras un golpe duro te espera seguro una oportunidad brillante o, viceversa, cuando en el momento más dulce puede aparecer un imprevisto que te trunca los planes. Si poco a poco nos tomamos la vida con este sentido no nos desgastarán los altos y bajos de euforia y detrimento. Maduraremos con cada decisión, celebraremos nuestros logros como se debe y sabremos digerir las malas noticias a fin de que no nos hagan una llaga incurable.
Sin lugar a duda, de las lecturas más interesantes que he leído en este sentido son los libros de John Demartini. Sus obras nos invitan a tener esta perspectiva de las cosas que nos ocurren, no las cataloga como momentos positivos o negativos, todo lo contrario. Demartini argumenta que convivimos siempre con lo bueno y con lo malo pero tendemos a etiquetar estos momentos dependiendo de nuestras percepciones y lo que valoramos más en la vida.